Olas como Tesoros

Explorando el fin del mundo

 

Julio, 2023

 

 

 

 

 

 

Son las 6 de la tarde de un día cualquiera de invierno. La pantalla del computador ilumina una sala oscura, por el reflejo de una ventana se ve que la luz tiene la forma de un mapa. De un mapa azul y una cantidad infinita de islas verdes, como partidas en mil pedazos. 

 

“Es la búsqueda de lugares inexplorados, donde muy pocas personas han estado y que hoy son lugares absolutamente prístinos y con una belleza indescriptible”. Esas son las primeras palabras de Cristobal Campos, uno de los principales impulsores de este proyecto bautizado como “El Grial de Nazca”. 

 

El mouse se mueve de un lado a otro, el zoom se acerca y se aleja. Cristobal se mueve entre esas miles de islas del sur de la Patagonia norte. Entre laberintos de agua se ponen algunos puntos. Son los lugares que quiere descubrir, los que a través de la visión satelital muestran un comportamiento de olas atrayentes, poco común y de un potencial desconocido.

El teléfono suena en distintas partes de nuestra loca geografía. La respuesta a esa llamada es la misma: “vamos, como sea”. Y así se juntó un grupo de viejos lobos amantes del mar y las olas. Exploradores modernos, cargados de cámaras, tablas y algo de incertidumbre.

El equipo se prepara para embarcarse en una aventura inolvidable por la Patagonia chilena. Su objetivo principal era encontrar nuevas olas y lugares para surfear, pero también explorar hasta los lugares más recónditos, a bordo de la valiente Noctiluca. La embarcación que los iba a acompañar por esos laberintos de agua, montañas y glaciares. Su casa durante 11 días. 

 

 

 

 

 

¡Al abordaje, muchachos!

 

 

Los vientos furiosos levantan un océano que ruge fuerte y no da tregua. Las inclemencias le dan la bienvenida a unos tripulantes avezados pero que saben que en ese lugar están expuestos a la furia de una naturaleza cambiante y temperamental. En este rincón del mundo solo manda la naturaleza, y todos los que visiten esas latitudes quedan a su merced. Para bien o para mal. 


“Por años todos hemos estado mirando esos mapas. Se ven tan lejos y tan distantes. Lugares casi imposibles de llegar. Es realmente sobrecogedor”, cuenta Pablo Jiménez, fotógrafo y filmmaker de esta expedición. Mientras mira el horizonte en la cabina del capitán, donde están todos mirando y afirmándose de lo que sea para no perder el equilibrio en un mar que te bate hasta los intestinos.

La cosa no está fácil, pero finalmente el capitán Scott propone bajarse en una playa lejana pero que permite caminar por toda la costa y llegar a las olas, a esas olas que soñaron. A esas olas que en estas latitudes son un regalo. Son un tesoro. 

 

“Ya el sentimiento al desconectarnos de la tierra e ir embarcados en la Noctiluca por los canales en busca del mar abierto y las olas, es indescriptible. Te sientes como cuando eras niño y vas a una aventura desconocida y que es una experiencia maravillosa”, relata Diego Medina, una de las leyendas del surf chileno y explorador del “Grial de Nazca”.

 

 

“Es la búsqueda de lugares inexplorados, donde muy pocas personas han estado y que hoy son lugares absolutamente prístinos y con una belleza indescriptible”.

 

Cristóbal Campos, Surfista.

 

 

 

 

 

 

 

“¡Tierra, tierra a la vista!”.

 

Así gritaba Rodrigo de Triana, hace más de 600 años atrás cuando a bordo de La Pinta vio lo que hoy es América, “el nuevo mundo”. Y hoy, muchísimo tiempo después, le toco a la tripulación gritar: “¡ola a la vista!”. La emoción transformaba las caras de León Vicuña y de Medina, los surfistas de este viaje. Y es que no podría ser distinto para estos viajeros del siglo 21, exploradores del fin del mundo. Conquistadores en plena época contemporánea. Un lujo de pocos y sueño de muchos. Ahí, por fin, estaba la ola. 

 

“Viajes como este, valida la razón de por qué hacemos lo que hacemos. Por qué seguimos olas, por qué sacamos fotos. Al final es eso, es donde nos llevan los lugares y las pasiones. Es una intención de querer estar alrededor de eso que te enamora, y tener la posibilidad de ir tras ello”, cuenta Pablo Jiménez.

 

El goce y el disfrute se tomó esa amenazante tarde patagónica. Con una luz única e increíble. Con las montañas de fondo que adornan y crean el más lindo de los escenarios. Un espectáculo reservado para unos pocos, para los aventureros modernos. Para los valientes de esta época de comodidades y zonas de confort. 

 

El pescado está en la red, los erizos se cocinan y preparan la mesa, una última vez en estos 11 días de expedición, para celebrar la vida, el surf y el amor por la naturaleza.

 

 

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